miércoles, 12 de mayo de 2010

Enseñando el Eribanga

Luis Cino

LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - “Mira cómo anda, anda sin camisa enseñando el eribanga”, dice la letra de un reguetón muy escuchado en La Habana. Describe a uno de los tantos muchachos habaneros que exhiben con orgullo sus tatuajes abakuás, preferiblemente en la espalda.

Los eribangas están de moda entre los adolescentes y los jóvenes, principalmente negros y mulatos de los barrios periféricos de la capital. Su sorda rebeldía marginal se refleja en los círculos cruzados por rayas y flechas que aparecen pintados en los muros. Son los símbolos de una secta que regresa con nuevos bríos.

La secta abakuá, fundada por esclavos carabalíes como una sociedad fraternal masculina de auto-defensa, apareció a inicios del siglo XIX en La Habana, Matanzas y Cárdenas. Imprimió su huella en la música, la danza, las artes plásticas, la literatura y el habla popular, pero durante la República, debido al secretismo de la sociedad y a los prejuicios racistas, se tejió una leyenda siniestra en torno al ñañiguismo. El régimen revolucionario barrió a la sociedad abakuá junto a todo vestigio de la identidad negra que se saliera de lo puramente folklórico. Los abakuás fueron vinculados por las autoridades a la marginalidad y el delito.

Rezagos del pasado. Baste recordar lo que escribían sobre ellos en los años 60 y 70 las revistas Moncada (del Ministerio del Interior) y El Militante Comunista
Raydel, de 17 años, residente en El Moro, Arroyo Naranjo, tiene tatuado un “ireme” en el omóplato izquierdo. Un diablito encapuchado que danza y empuña algo que parece una hoz. Un poco más arriba del capuchón, hay una frase africana escrita con tinta china. Es la firma del Juego. “Si no tiene firma, no sirvió, es sólo monería”, explica. El muchacho dice con orgullo que se juró hace más de un año.

Pero se niega a dar más detalles: “De eso no se puede hablar. Sólo hay que ser hombre y no dejarse pasar una”.

Los tatuadores hacen zafra con los eribangas. No averiguan (ni les interesa) si el cliente es abakuá y está “autorizado” a llevar el ireme y la firma en su espalda. Por hacerlos, con máquina o con “muletas”, cobran no menos de 15 cuc (unos 365 pesos). Puede costar más, en dependencia de la calidad del dibujo.

Para iniciarse hay que ser mayor de 17 años y llegar al Juego con la recomendación de algún padrino. Pero las exigencias han disminuido últimamente. Mucho de los iniciados son menores de edad.

“Los juramentan tipos irresponsables que no verifican ni averiguan mucho, sólo les interesa ganar dinero”, explica Arístides, un cincuentón de Centro Habana, hijo de un endure renombrado en el barrio Los Sitios. “Antes no admitían a cualquiera. Había que ser un tipo correcto y decente para jurarse. No se podía ser abusador. ¿Por cuánto un ecobio iba a golpear a una mujer para quitarle dinero?”

Refiere un profesor de la Escuela de Iniciación Deportiva de El Cotorro que ha sorprendido varios plantes en los dormitorios, y que algunos terminaron en reyertas.

Una encuesta de la revista Somos Jóvenes realizada a inicios de 2009 a muchachos de la capital que dijeron ser iniciados en la secta, con edades entre 16 y 21 años, arrojó que la mayoría se consideran “hombres probados y que tienen condiciones”.
Probar la hombría y “tener condiciones” los convierte, especialmente si son negros, en objetivos de la policía. Los acusan de ser violentos y agresivos, y por tanto, proclives a que les apliquen la ley de la peligrosidad social pre-delictiva.

“Los chamacos han cogido la hermandad para la guapería y la delincuencia. ¿Qué se puede esperar si nos hemos adaptado a vivir en la mierda y el descaro?”, dice Arístides y abre los brazos, como si quisiera abarcar todo cuanto le rodea.

luicino2004@yahoo.com

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