martes, 7 de julio de 2009

La escalera


Yo no tenía rostro cuando el smog de México se miró el furor en mis pulmones. No era nadie en la soledad del piso prestado, en el frío que congelaba la mesa vacía, en la galletica con mantequilla y el batido de mango. Yo no era nada. Todo era gris con pespuntes negros. Ninguna mujer abría sus piernas en mi cara, era invisible. Yo estaba lúcido cuando me dieron treinta puñaladas por la espalda. Estaba lúcido. Pude ver el murmullo del mar asomado al balcón con su venenoso oleaje esmeralda. No tenía rostro y sentí mis ojos llorar. No tenía lengua y recé sin saber hacerlo. Recé con la foto de mi hija entre las manos. Y Dios me escuchó. Me tragó de un bocado, para después vomitarme en silencio, como pez boqueando de asfixia, en la playa falsa de Miami, delante de unos locos que me dieron boca a boca y un pedazo de pan y un trabajo de parrillero asando pollos tropicales. Después, una ambulancia y una camilla en la que iban y venían los jodidos de un lado a otro. Luego, una escalera en la que aún espero pescar incendios, o al menos alguna llamita (para escribir un verso). O un epíteto. O quizá mi propia esquela.

2 comentarios:

Laberintos dijo...

Y así será, ascenderas siempre como quien resucita y quedarás entre todos, como el inolvidable.

Anónimo dijo...

Gracias por rl halago