lunes, 27 de octubre de 2008

Epístolas a los otros fanáticos


Primera Epístola a San Andrés Reynaldo

Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios-Romanos 3:23

En su “Epístola a los fanáticos” San Andrés dice: La deshonestidad intelectual es la savia del fanático. Por mucho que se esconda en sus sofismas, por vueltas que le dé a su empantanada lógica, el fanático no puede admitir error (Andrés 1:1) El apóstol sentencia a los fanáticos a morir en el paredón del pecado. Lo hace sin misericordia. Sintiéndose libre de culpa. Infalible. Decretando para sí-sin decirlo, abandonando su verdad en la llaneza de lo implícito-, la honestidad intelectual que lo libra de la asquerosa y contaminante savia del fanático. Porque él es transparente, directo, franco, y no utiliza argucia alguna ni su lógica se atasca.

Pero el apóstol no se da cuenta que la fogosidad, la exaltación y el arrebato con que defiende su honestidad intelectual pretendiendo alcanzar la otredad, la condición de ser otro distinto, lo convierte en otro fanático. Aunque, en honor a la verdad, no lo convierte, siempre lo ha sido. Si no se ha dado cuenta, es porque desde la siniestra (aviesa, malintencionada, infeliz, funesta, aciaga, resabiosa, viciosa y dañada costumbre del hombre de ser propenso a lo malo) del señor siempre se mira como fanáticos a los que están a la diestra (hábil, experta, sagaz, prevenida, favorable, benigna, venturosa y avisada para manejar los negocios), y no se les concede ninguna posibilidad de legitimidad a sus posiciones intelectuales. Para los siniestros, los diestros sólo son una manada voraz que no puede equivocarse, porque errar es de humanos y el fanático siempre aspira a una medida sobrehumana, siempre es partícipe de un programa sobrehumano, siempre se adscribe a una admiración sobrehumana. Si admite error se desploma algo más importante que su sistema de ideas: la idea compensatoria de su persona (Andrés 1:2)

San Andrés ve la paja en el ojo ajeno, mientras trata de mantener el equilibrio en la viga del propio. Olvida que no fue el fanatismo de Dios quien puso a los fanáticos a la derecha, para que los contemplaran con odio desde la izquierda. Fue la Revolución Francesa. Les llamaban girondinos. Eran comerciantes burgueses, defensores de la esclavitud, que enfrente tenían a los jacobinos, con su más insigne, tenebroso y despiadado representante: Maximilien Robespierre, un fanático fundamentalista, del que todavía la humanidad sigue arrastrando algunos de sus peores legados, en nombre de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. Mientras los girondinos, desde su visión injusta de los derechos del hombre, defendían asuntos terrenales, los jacobinos, en acto de admiración sobrehumana, endiosaban eso que Robespierre llamaba Virtud (ente de origen divino, diabólicamente abstracto), y en su nombre se implantó el terror que guillotinó a miles, para preservar las libertades públicas. Después de todo, el fin justificaba los medios.

Este fanático siniestro mantiene una postura jacobina en pleno siglo XXI. Para él los fanáticos diestros siguen siendo los despóticos comerciantes burgueses, esclavistas y explotadores, a quienes lo único que les importa es hallar un credo que le permita infligir su personalidad sobre el resto de los hombres. Que lo sitúe en una posición de cancerbero. Una atalaya, un látigo (preferiblemente una atalaya y un látigo) para observar al rebaño (Andrés 1:3) Pero en sus elucubraciones ideológicas no reconoce que es a la izquierda del espectro político(su espectro político) donde se han cultivado los credos más infernales de la historia reciente de la humanidad, que han vigilado, desde lo alto y con un látigo en la mano, a los pueblos: Revolución Francesa, Revolución Haitiana, Revolución Rusa, socialismo, nacional-socialismo, stalinismo, o castrismo son sólo algunos ejemplos.

También se equivoca el escriba al querer establecer un dogma, y termina, por lógica definición, garrapateando una falsedad: Por eso, cuando su credo se desploma, el fanático salta inmediatamente para otro credo. No pocas veces, para el credo estrictamente contrario. Porque el fanático necesita vivir en el absoluto, como ciertos números que no admiten ser combinados, disminuidos, multiplicados ni divididos. Cuando el fanático tropieza con los matices, su estatura disminuye. Y el fanático necesita siempre mirarnos desde arriba. Desde muy arriba y, además, por el bien de nosotros (Andrés 1:4 ) Un fanático, si es un verdadero fanático, nunca (apréndelo San Andrés), absolutamente nunca, salta para el credo contrario. A lo máximo que llega es a ajustar su credo a las circunstancias, y cambiar las tácticas y estrategias, para solventar la situación y fortalecer su fanatismo (alguien de izquierda, como el apóstol Andrés, debería saber que eso se llama dialéctica pragmática, ya sea de derecha o de izquierda), tal y como ha hecho, de manera ejemplar durante medio siglo, Fidel Castro.

Quienes cambian de credo son los oportunistas (yo, por ejemplo, soy fanático de Los Beatles y odio a Los Rolling Stones. Me fanatizo con Los Yanquis y detesto hasta la muerte a Los Medias Rojas. Amo la democracia, la libre empresa y el capitalismo, y desprecio a los tiranos, al estatismo y al socialismo en todas sus expresiones. Y eso jamás cambiará. Ni siquiera si Lennon resucita y canta con Mick Jagger. O si me mudo a Boston y mi hija se casa con Matzusaka. O si Barack Obama gana las elecciones y suben los precios de las casas, el desempleo baja a tasa cero, se establece un seguro de salud universal y se decreta una total exención de impuestos para los que ganamos menos de 250 mil al año-porque esta abundancia duraría lo que un merengue a la puerta de un colegio y, en menos de lo que canta un gallo, el aparente bienestar económico del país se convertiría en un lastre tan profundo, que necesitaríamos a un nuevo Ronald Reagan para volver a reinventar la nación.) Quizás ese es el motivo por el que los verdaderos fanáticos no abundan ni a la izquierda ni a la derecha. Y a esa pureza suele tildársele de extremista.

Ahora déjenme darles una muestra de cuan fanático extremista y visceral puedo ser, porque San Andrés se lo merece. Cuando este idiota engreído con ínfulas de intelectual izquierdista se decide a entrar en la médula de lo que le molesta de los fanáticos- más bien del tipo de fanático que aborrece, que son los neoliberales-, dice: Ahora, los fanáticos del neoliberalismo tratan, como se dice en Cuba, de dormirnos la niña. Las variantes son para troncharse de la risa. Ante el desguabinamiento de un modelo de mercado concebido para favorecer a la hez del capitalismo moderno, y el descalabro de su ídolo, George W. Bush, que viene a representar con el vicepresidente Dick Cheney la hez de la política norteamericana, los fanáticos se sacan de la manga (o de un trasero huequito del pantalón) algunas explicaciones que no aportan mucho a la comprensión de la catástrofe, pero que arrojan una luz de quirófano sobre su mentalidad de papisas de la explotación corporativa. Sobre su inclinación sadomasoquista a satisfacer un poder, ya sea divino o terrenal (Andrés 1:5) Al terminar su diatriba, ya no puede ocultar la rabia, la furia, la soberbia, el ciego entusiasmo y el desmedido apasionamiento por sus creencias políticas y, como el pez, muere por la boca, evidenciando que pertenece al bando de los otros fanáticos.

Ni Bush ni Cheney son santos de mi devoción. El primero es un político mediocre, intelectualmente enano. El segundo es un zorro, un simulador inteligente. Ambos son fríos, pragmáticos, convenencieros, mentirosos y pésimos oradores. Ambos son responsables del profundo desgaste económico que ha provocado una guerra innecesariamente larga como la de Iraq, con todos sus pro y sus contra-que los tiene, aunque los siniestros no lo reconozcan-Y entiendo que provoquen que San Andrés eche espuma por la boca, para culparlos de todos los males que afronta la nación, pero considerarlos la hez de la política resulta, cuando menos, inexacto. Ninguno de los dos es inocente, pero tampoco son los culpables exclusivos que habitan esa hez. ¿O va a negar el santo Andrés que a esa hez de la política también pertenecen Joe Biden y Hillary Clinton, que son capaces de decir que Obama no está listo para comandar esta nación, y después, sin sonrojarse ante la falta de dignidad, lo alaban en los discursos o aceptan la candidatura a la vicepresidencia?¿O Jesse Jackson, que dice que va a coger por los huevos a Obama, porque se atrevió a decir que los hombres negros deberían ser más responsables de su paternidad?¿O el propio Obama, que miente de manera inmunda, al decirnos que no sabía que su pastor espiritual durante 20 años, Jeremiah Wright, el hombre que lo casó y bautizó a sus hijas, hizo, una y otra vez, en su presencia arengas racistas y de incitación al odio de los negros hacia Estados Unidos. Y que incluso el título de su libro “La audacia de la esperanza” proviene de un sermón de Wright. Ese mismo Obama que nunca le ha dicho a los norteamericanos si “una de las cosas con las que no está de acuerdo” con Wright es el criterio de este, expresado el 16 de septiembre del 2001, cuando dijo: “Bombardeamos a muchos más que los miles de Nueva York y el Pentágono, y nunca hubo ninguna reacción. Hemos aguantado terrorismo de estado contra los palestinos y los sudafricanos negros, y ahora nos indignamos porque nos ajusten las cuentas por todas las cosas que hemos hecho en el extranjero”. Ese mismo Obama que, siendo senador, estuvo en Kenya haciendo campaña por Raila Odinga, quien hoy es el primer ministro de un gobierno tiránico y corrupto en ese país. Ese mismo Obama que es el segundo más beneficiado, en tan sólo tres años de senador, de las contribuciones de Fannie Mae, junto al más beneficiado, otro siniestro: Chris Dodd? Son muchos los que se revuelcan en esa hez, desde Nancy Pelosi a Ted Kennedy, pasando por George Soros, Franklin Raines y Charlie Rangel. En ambos bandos hay mucha tela por donde cortar.

Ahora bien, creer que el modelo económico se ideó para favorecer a la hez del capitalismo moderno, no sólo es intelectualmente endeble e insostenible, sino malintencionadamente fanático.

Es incuestionable que el modelo económico llamado neoliberal fue impulsado por la “revolución conservadora” de Ronald Reagan, con el propósito de sacar a la nación del estancamiento económico y político que encontró. Una situación que venía degenerando la grandeza de la nación desde el gobierno Kenneddy-Johnson, y que continuó con el control de la Cámara de Representantes y el Congreso por los demócratas, durante los gobiernos de Nixón y Ford. Y que se agravó sobre manera, cuando los norteamericanos no quisieron votar por un hombre sensato como Ford- que estaba convencido de que las operaciones comerciales debían desenvolverse con mayor libertad, reduciendo los impuestos que pesaban sobre ellas, y aliviando los controles que ejercían las agencias reguladoras-, porque lo veían como alguien que no fue elegido para el cargo que ejercía. Y se decidieron entonces por Jimmy Carter, en una de las equivocaciones más brutales en la historia del país. Fue un fracaso en todo lo que intentó en política exterior y doméstica-estos cuatro años de Carter, San Andrés no los vivió, porque el llegó por El Mariel en los últimos meses de su mandato, pero debería saber que hacen palidecer al momento actual (filas de horas para comprar gasolina, un desempleo galopante, una inflación del 13 porciento), que es el peor de los ocho años de George W. Bush.

Tuvo que llegar Ronald Reagan para restaurar "el fehaciente rugido del progreso estadounidense y el optimismo” lidiando con destreza con el Congreso, para lograr que se aprobasen ciertas leyes que estimularan la economía, controlasen la inflación, aumentaran el empleo y se reforzasen las defensas nacionales que tanto debilitaran los demócratas. Reagan se embarcó en la tarea de recortar los impuestos y los gastos del Gobierno, y lo logró. Su restauración ha durado 28 años, a pesar de lo que digan los fanáticos de la izquierda, en lo que ha sido el período más estable y de mayor progreso y crecimiento económico y político de Estados Unidos, a pesar de sus lógicas altas y bajas, y del intento de la izquierda por descalificarlo.

Hoy, a pesar de la crisis de las instituciones financieras y del enorme gasto militar, los principales indicadores de la economía mejoraron en septiembre por primera vez en cinco meses; el desempleo es de 6.1 por ciento, menos de un punto por encima de la tasa promedio de 5.5 de los últimos cien años, manteniéndose estable-le recuerdo a San Andrés, este talibán de la izquierda norteamericana, que en la administración Carter, por estas mismas fechas, en 1976, el desempleo era del 7.6 por ciento, e incluso, durante la administración Reagan, en 1984, estaba en 7.3-, a pesar del constante despliegue publicitario de quienes han querido poner en la tinta de los periódicos a un país en recesión, cuando no es así, ni técnica ni prácticamente. Son muchos los economistas que han dejado en claro que la economía está contraída pero no en caída libre; que la economía lleva varios meses de mal funcionamiento, afectada por la crisis de la vivienda, el crédito y las finanzas, pero que no está en recesión, porque no ha mostrado dos trimestres consecutivos de crecimiento económico negativo. Y los números macroeconómicos lo reflejan. Aunque debemos decir que es altamente probable que se den las condiciones para que la economía muestre números negativos durante dos trimestres, porque la compleja situación financiera y la crisis de créditos pueden hundirnos en la recesión.

Pero San Andrés demuestra que no tiene la altura de un apóstol ni la de un profeta, sino la de un sumiso rapavelas de la izquierda fanática, cuando ni siquiera se atreve a mencionar por sus nombres a quienes acusa de ser Los más inteligentes fanáticos neoliberales, aquellos cuyo ego los salva de masticar su propia corbata y salir tranca en mano a cazar infieles, ofrecen la variante viral. Es decir, que la crisis que estamos viviendo era, en cierto modo, inevitable, ya que esto le ocurre al capitalismo de vez en cuando y, al final, todo es para mejor. Un ciclo, si usted viene a ver, con un determinismo de raíz metafísica. Como unas periódicas y purificadoras paperas, vaya. Eso sí, hay que cuidarse de las corrientes de aire y algunos tipos de intereses, no sea que se te bajen a santa parte las paperas y no haya calzoncillo financiero que te sirva en los próximos veinte años (Andrés 1:6) Es evidente que se refiere a Carlos Alberto Montaner y los puntos de vista de su artículo “El poder cicatrizador del mercado”, y a las ideas expresadas por Adolfo Rivero Caro en “Enemigos de fiesta”. Y sí, monaguillo, la crisis era inevitable, pero no porque esto le ocurre al capitalismo de vez en cuando (de manera mezquina y cobarde desvirtúa las palabras de Montaner, que fueron: “la base material que sostiene al conjunto de la sociedad es mucho más rica, saludable y educada que la que existía a mediados del XX, pese a las guerras, las crisis cíclicas, las catástrofes naturales y las estupideces periódicamente cometidas por los gobernantes y por los individuos que conforman la sociedad civil”. Y eso es una verdad que sólo una mente cicatera y sórdidamente perversa puede negar), que también es así, sino porque como nos dijo hace mucho tiempo Warren G. Harding –antes de que inventaran lo de neoliberales heces del capitalismo-lo mejor es que haya “menos gobierno en los negocios y más negocios en el gobierno”. Y en esta historia el gobierno se ha metido demasiado donde no debía. De todas maneras, Montaner, que no necesita que lo defiendan, le respondió en el artículo “El precio de ser libres”, cuando le dijo:”Sólo quienes no tienen memoria histórica ignoran los ciclos empresariales y las crisis periódicas que sacuden a las sociedades en las que predominan la libertad económica y un sistema de producción basado en la existencia de propiedad privada, y en el que los precios los fija el mercado de acuerdo con la ley de oferta y demanda”.

En su siguiente sermón, este gazmoño de la izquierda dice que De hecho, para ellos, la crisis tiene un aleccionador valor purgativo, como si fuera una especie de ritual maratón darwinista. Así que sólo un idiota, un vago incapaz de sacrificarse por la civilización, un energúmeno que no sabe ni un pelín de economía, un comunista, en suma, puede escandalizarse de lo que está pasando, aun cuando se halle a punto de perder su casa, aun cuando su 401-K se haya ido por el tragante del inodoro, aun cuando el seguro médico se resista a cubrirle la quimioterapia. En tono pedagógico, los fanáticos nos conminarán a contemplar el gran diseño histórico. Claro que habrá víctimas, pero no serán unas víctimas de a tres por peseta, sino las víctimas del neoliberalismo, ¡el más grande de todos los proyectos históricos! (Andrés 1:7) Y sí, tiene un gran valor purgativo. Ya lo empezamos a ver. Todas las instituciones financieras que, impulsadas por la excesiva injerencia del gobierno. O por las estupideces y oportunismo electorero de los políticos. O por la avaricia de ejecutivos corruptos e inescrupulosos, se esfumaron o fueron absorbidas por instituciones que, en medio de la debacle, pudieron seguir sosteniendo solidez financiera. Y sí, comenzó la evolución de las especies, porque es que el capitalismo de mercado sale fortalecido de cada crisis, aunque a los fanáticos siniestros esta idea les provoque repugnancia.

Lo que ha hecho el gobierno con este rescate financiero-no nacionalización ni socialización del capital ni ninguna de las estupideces que han dicho los agoreros de la izquierda y la derecha-es asumir responsabilidad y tratar de corregir lo que hicieron mal. Porque ha quedado demostrado que cuando se trata de jugar con reglas y legislaciones populistas, que crean falsas condiciones para los libres movimientos de una economía de mercado, pasan cosas como estas.

Con una capacidad de reduccionismo que da grima y con un hábil escamoteo de las verdades causales de la crisis, este jacobino trata de minimizar responsabilidades y ridiculizar a los fanáticos, diciendo que con una simplicidad que arranca las lágrimas, si es que se pudiera llorar de repugnancia, estos fanáticos le dirán que Wall Street se cayó porque a usted y a un grupito de irresponsables como usted se les ocurrió comprar una casa que no podían pagar. Agregarán, de paso, que Bush no tiene nada que ver con esto, y poco importa que el mismo Bush confiese que sí tiene que ver con esto. Porque la función del fanático es defender el dogma pese al dogma. De nada vale que desde Warren Buffett a Karl Rove (que viene a ser como la Virgen María de los fanáticos neoliberales) digan que esta tremenda cagazón se debe a una política económica basada en la desregulación gubernamental y el laissez faire de las corporaciones y los bancos. Para el fanático, la verdad es, por principio, enemiga (Andrés 1:8) Pero diga lo que diga, no puede negar-las pruebas son irrefutables- que el mercado fue controlado de manera artificial por préstamos a quienes no tenían la solvencia para recibirlos, y eso llevó los precios a dimensiones irreales. Ahora sencillamente lo que ha hecho el mercado es corregir ese desastre. Las casas están regresando a su valor real. Y por eso la gente tiene hoy propiedades que valen menos de lo que deben. El sistema crediticio, presionado por políticas populistas, falló estrepitosamente y generó esta crisis, tal y como pasó a finales de los 80’s cuando quebraron los Savings and Loans.

Al rapavelas Andrés y sus acólitos, a los que aquí hemos llamado “los otros fanáticos”, se les olvida que en esta crisis financiera todos pecaron y han quedado privados de la gloria de Dios. Pero ellos actúan como si estuvieran exentos de culpa. Se nos quieren vender como angelitos vírgenes. De la misma manera que se olvidan que durante gran parte de los ocho años de Bush Jr. hubo una bonanza económica de la que nadie se quejaba.

Bush Jr. tiene culpa de la situación económica del país , y yo, que soy un fanático, lo reconozco, pero los demócratas no quieren reconocer que fueron ellos quienes empujaron al sistema financiero a esta hecatombe, a través de Fannie Mae y Freddie Mac, que recibían apoyo del gobierno para que asumieran el gravísimo riesgo de darle respaldo a esas hipotecas. Como explica Rivero Caro en el mencionado artículo que tanto salpullido le provoca al rapavelas en su ajada nalguita izquierda, a través del “Community Reinvestment Act, un programa dirigido a que los bancos detuvieran ‘la discriminación encubierta’ e invirtieran en barrios de bajos ingresos. Negar préstamos se convirtió en sinónimo de discriminación. Esta ha sido una gran bandera populista, defendida a capa y espada por los demócratas (…) dos grandes organizaciones privadas pero con apoyo gubernamental, Fannie Mae y Freddie Mac, respaldaban estas hipotecas de alto riesgo. Obviamente, las inversiones riesgosas pagan más que otras más seguras(…) todo el mundo suponía que el gobierno iba a respaldar su temeraria política económica”.

Ahora acusan a los republicanos de desreguladores excesivos, pero se les olvida que fueron los demócratas quienes se opusieron a que se regulara a Fannie Mae y Freddie Mac. A pesar de las advertencias de Alan Greenspan pedían a gritos más apoyo para los insolventes. Y es que los otros fanáticos son esos desmemoriados a quienes les encanta rebatir con alegorías lo que no pueden hacer con argumentos.

El núcleo de esta crisis financiera radica en el desplome de los valores respaldados con hipotecas. Y esta mala práctica se llevó entre las patas a los millones de inversionistas (fondos de pensiones, fondos de alto riesgo, fondos mutuos y bancos), que han perdido unos 600 mil millones respaldados por hipotecas de alto o de menor riesgo. Y el gobierno tuvo que intervenir a AIG, Washington Mutual (comprado por JP Morgan) e IndyMac de Pasadena. Y Merrill Lynch fue comprada por Bank of America. Pero pese a lo que dicen los fanáticos siniestros, esta crisis está muy lejos de ser otra Gran Depresión. En aquella quebraron 1500 bancos y el desempleo alcanzaba a uno de cada cuatro norteamericanos. La crisis ha descontrolado profundamente a Wall Street , pero la economía norteamericana ha demostrado que puede resistir.

En estos momentos lo que está en crisis no es la capacidad creativa, innovadora y productiva del capitalismo. Lo que está en crisis, en terapia intensiva, es la política. Es la política la que resulta decadente, porque pone los intereses partidistas por encima del bienestar de la nación. La política, que es incapaz de resolver la crisis del seguro social, el medicaid (ley desde 1965) y el medicare(instrumentos propios de una época que se ha visto superada por los nuevos tiempos, que han generado mucha burocracia y parasitismo social en sectores minoritarios que prefieren ser parte del welfare y no de las fuerzas productivas, y que consumen una cuota cada vez mayor del presupuesto y la economía), porque representan herramientas demócratas que dan muchos votos electorales. La política, que es incapaz de legislar para resolver los problemas del sistema de salud (el que más dinero recibe en el mundo), que necesita una legislación bipartidista urgente, que resuelva el problema de los seguros (y no un seguro federal que socialice la atención médica y la sumerja en la mediocridad, más de lo que ya está.), el sistema de demandas judiciales e indemnizaciones y el elevado costo de los honorarios de médicos y hospitales. Sólo entonces se podría pensar en alguna estructura de financiamiento para un seguro universal, porque en las actuales condiciones sería un fiasco. La política, que no se enfoca en legislar sobre la educación y su baja calidad, provocada por la falta de potestad de los maestros, el excesivo proteccionismo del alumnado, los pésimos planes de estudio, la burocracia administrativa, las viejas y entorpecedoras estructuras sindicalistas y los pésimos planes de acceso a la instrucción y la financiación. La política, que sigue subvencionando a una industria agrícola poco competitiva con otros mercados, provocando el encarecimiento de los alimentos que consumimos.

Para cerrar su epístola a los fanáticos, el sacristán, empeñado en cuidar el buen nombre de la prensa hispana de izquierda, anatematiza con tono apocalíptico: Pero la principal característica de un hecho consiste en que no puede ser de otra manera. Y aquí lo tienen, papagayos de la codicia, chupatintas de la opresión, burladores del hombre común y corriente: se les cayó el neoliberalismo. Se les hizo añicos de tanta injusticia, de tanto robo, de tanto descaro. De tanta inhumanidad. Se acabó, kaput, finito, c'estfini. A ver, entonces, si se buscan otra religión, otra atalaya, otro látigo. Otro manual de simplificaciones para compensar su terror a la razón. Por el bien del capitalismo. Por el bien del pensamiento liberal (Andrés 1:9) Y esto me recuerda a un tal Fukuyama, que decretó el fin de la historia, sólo para verla renacer con mayor fuerza. El mismo Fukuyama que ahora habla de un “mundo postestadounidense”, que reemplaza al nuevo orden mundial dominado por Estados Unidos y proclamado por George H. W. Bush tras el colapso de la Unión Soviética.

En realidad, con esta acta de defunción, lo que pretende decirnos el falso profeta, es que él tiene la razón. Él y los otros fanáticos. Él y Barack Obama. Pero lo que no nos dice-por ignorancia o fanatismo ideológico- es que Obama y el gobierno regulador no pueden arreglar la crisis financiera. Jamás lo han hecho. No lo hizo Rooselvelt con su New Deal, no lo hizo Truman con su Trato Justo. No lo ha hecho ningún gobierno populista en esta nación, porque el populismo demócrata sólo transfiere el dinero del gobierno y su poder adquisitivo a millones de personas que, en su mayoría, ni siquiera pagan impuestos. Dinero que no estimula la productividad ni la generación de riqueza, sino el proteccionismo y la inutilidad, y crea instituciones y programas, que se convierten en lastres que paralizan el crecimiento económico, otorgándole, algunas veces, una falsa estabilidad. Y es que el gobierno, como ente improductivo, no genera empleos, sino burocracia.

Si Obama y sus otros fanáticos llegan a la presidencia, este país va a extrañar mucho a los Calvin Coolidge, los Ronald Reagan, e incluso a los Bill Clinton. Tendrá que defenderse de los Rooselvelt, de los Truman y los Mesías. Tendrá que defenderse hasta con las uñas, porque en cuanto Obama liquide las populares y funcionales reducciones de impuestos de Bush y permita que las dos imposiciones fiscales más altas vuelvan al 36 % y 39 %, así como que se eliminen progresivamente las exenciones y deducciones personales para quienes tengan ingresos por encima de los 250 mil dólares, estaremos en problema. Porque la verdad es que Obama pretende acabar con el límite superior del impuesto sobre las nóminas de quienes ganan más de 250 mil, y esto elevaría los impuestos para ellos-entre nómina y un impuesto marginal- a cerca de 55 centavos por cada dólar adicional ganado. Y el impuesto marginal aumentaría al sumarle los impuestos estatales y locales hasta el 60%. Estos impuestos acabaran con la inversión y el desarrollo de la economía.

Por otra parte, la tan cacareada propuesta de Obama de rebajar los impuestos al 95 porciento de las familias trabajadoras es sólo palabrería electoral. Le costará mucho trabajo poder hacerlo real, porque la verdad es que las familias trabajadoras pagan muy pocos impuestos. La tasa federal efectiva del impuesto sobre la renta personal para los dos quintos inferiores es negativa, según estudios de la Oficina de Presupuestos del Congreso. El 50 porciento de los contribuyentes con una renta de 32 mil, ganó un 15 porciento de la renta y pagó menos de un 3 porciento. Mientras el 1 porciento de los que ganan 389 mil ganó un 21 porciento y pagó cerca del 40 porciento de impuestos.

Nunca quitarle a los ricos para darle a los pobres ha generado empleos o riquezas. Como ya he dicho antes en otro artículo, no creo que hagan daño ciertos controles o regulaciones financieras que eviten excesos y corrupciones. Lo que hace daño son las intervenciones innecesarias o populistas del gobierno. Jamás ha hecho daño la generación de riqueza. Lo que hace daño es la riqueza que es producto de la especulación, que no genera bienes materiales. O de la inversión del estado, que no estimula ni el trabajo ni la productividad.

Si Obama y sus acólitos triunfan, volveremos a recordar a Ronald Reagan cuando nos advertía que “el gobierno no es la solución a nuestros problemas, sino que es el problema” .

Las tesis de este paladín del populismo de izquierda, de este otro fanático, no se sostienen. Sus ideas, sus argumentos y sus propuestas, se desfasan en el tiempo con una rapidez que asusta, como le pasó recientemente, cuando publicó el artículo “En defensa del capitalismo” (título que, por cierto, usurpó del libro de Johan Norberg), en el que disertaba sobre los méritos de los países nórdicos. Alababa a “la diminuta Islandia, que se alzó como pujante potencia bancaria, los centros de cuidado infantil funcionan las 24 horas y la educación pública es tan buena que los ricos (porque hay una creciente proporción de ricos) no envían a sus hijos a las pocas escuelas particulares”. Pero dos días después tuvo que, como el avestruz, meter la cabeza bajo tierra. Enmudeció durante días, luego de que su propio periódico anunciaba que Islandia pasaba de “nación rica a la quiebra”. Y es que este nanoperiodista es de los que no entiende el mercado. Pero esto será tema de otra epístola a San Andrés.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es de una contundencia y claridad impresionante. My bueno este trabajo que pone en evidencia a tanto idiota que hace periodismo populista.