domingo, 1 de junio de 2008

Soberbia revolucionaria


A los confinados de la UMAP

La mulata había salido de un burdel del barrio de Colón cuando un relámpago revolucionario la hizo inhalar su opio purificador y la convirtió en una miliciana de piedra, capaz de idear consignas y espantar con alaridos de perra del infierno la belleza de las vírgenes. La hizo capaz de mitigar la sonrisa de los niños, las palabras de los profetas y la amorosa rabia de los que odian a los fantasmas que transfiguran las vidrieras en pantanos, el fuego en carne podrida. La mulata fue una comecandela sudorosa, capaz de herir con su lengua y entrampar al alba en su tela de araña asesina. Una mujer que mandó a la cárcel a poetas, maricones, chulos, vagos y jovencitos inocentes que fabricaban cajitas de música al ritmo de los Beatles. Una mujer que terminó vestida con la fuerza de una camisa, cuando la venganza se puso una máscara en los carnavales de la calle Prado, entrando por la ventana de su casa para entregarle la cabeza de su hijo en una caja de cake, llenando su soberbia revolucionaria.

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