martes, 22 de abril de 2008

Si la envidia nacionalista fuera tiña...


Vivir en Miami es vivir con los nacionalismos hispanos vociferantes por todos lados. Pero vivir en Miami y ser cubano, significa ser el blanco preferido de casi todos los nacionalismos, incluido el nacionalismo cubano. El hecho de que los cubanos seamos una etnia con privilegios migratorios nos convierte en el blanco de envidias, odios y rencores.
La mayoría de los inmigrantes que batallan con el aparato judicial estadounidense para legalizar su estatus migratorio se siente agraviada por el privilegio de los cubanos, pero se ha mantenido en silencio e indiferente ante la tragedia de la isla a lo largo del último medio siglo. Aun hoy no tiene ningún gesto, comentario o manifestación, ante los comportamientos represivos del castrismo. La mezquindad es tan grande, que se insultan con la represión china en el Tíbet, pero ni se enteran de la sufrida por las Damas de Blanco en La Habana. Y no es que la violencia en el Tíbet sea menos merecedora de desprecio que la violencia en Cuba, sino que la lógica indica que la indignación tendría que expresarse ante cualquier acto de barbarie en cualquier lugar del mundo, y no preferir la protesta ante uno y la indiferencia ante otro-un rasgo nacionalista arraigado entre los cubanos es creer que como nación nos merecemos la solidaridad de los demás, algo que las evidencias demuestran que no es así-; sobre todo, si tenemos en cuenta que los cubanos estamos mucho más cerca de ellos culturalmente que los tibetanos.
Durante cincuenta años la incapacidad de los cubanos para quitarnos la dictadura del lomo y la complicidad del mundo han posibilitado que más del 15 % de la población cubana viva en el exilio. Pero esa desgracia es, a los ojos de los que quieren vivir en Estados Unidos legalmente y no pueden, la razón de sus desvaríos racistas y xenofóbicos. Y esto, a pesar de que la mayoría de los países, cuyos ciudadanos hoy se quejan del privilegio migratorio de los cubanos, se oponían a darnos refugio, y sus embajadas en La Habana-después de los primerísimos años de la revolución-, en complicidad con el castrismo, tenían oídos sordos para los reclamos de ayuda de los disidentes perseguidos que buscaban asilo. Sólo Estados Unidos fue solidario (culpas y complicidades aparte) y nos abrió las puertas de par en par. Éramos un fragmento de la nación cubana desterrado y beligerante, y recibimos apoyo migratorio, para que pudiéramos sobreponernos a la desgracia. Pero hoy, a los que nos dieron la espalda y nos la siguen dando, les duele, les molesta y hasta les encoleriza la bondad de este país, al mismo tiempo que buena parte de ellos simpatiza con el castrismo y despotrica de la nación que les da cobijo.
El castrismo ha sido feroz. No sé si más o menos feroz que para los chilenos que padecieron la violencia de Pinochet; o que para los argentinos que soportaron la bota de militares de la calaña de Videla o Galtieri; o que para los nicaragüenses que sufrieron el despiadado y sanguinario despotismo de los Somozas o los sandinistas; o que para los españoles que tuvieron que esperar a la muerte de Franco para recuperar a España; o que para los venezolanos que padecen a Chávez; y la verdad es que no me interesa saberlo. Lo que sí sé es que la envidia, el odio, el rencor y el desprecio de la mayoría de los inmigrantes hispanos en Miami hacia los cubanos me provoca, cuando menos, lástima.
Nos dieron un estatus migratorio privilegiado, es verdad, pero no podíamos regresar a Cuba, perdimos todo lo que era nuestro-nos los arrebató el dictador- y vimos morir a nuestros seres queridos sin poder ir a enterrarlos. Algo que no ha padecido ningún inmigrante recién llegado a estas tierras. Ninguno es recibido hoy con un cartel que diga: “No pets no cubans”. Y eso, y mucho más, nos lo deben a los cubanos. Si hoy Miami se vanagloria de ser un crisol de razas es gracias a que cuando esas razas llegaron encontraron una ciudad exitosa, próspera y hospitalaria. Una ciudad que no existía cuando desembarcaron los cubanos con una mano delante y otra detrás a levantar lo que hoy otros encuentran al llegar. Otros, que aparecen lozanos, sin arrastrar los afectos perdidos, con capital en los bolsillos y con muchas fuentes de trabajo en espera.
Permítanme, los demás inmigrantes hispanos de Miami, este arrebato nacionalista, para decirles que el poder económico y político de la comunidad cubana, que tanto les molesta, ha costado mucho sudor, dolor, sangre y desarraigo. Pero entiendo que el sufrimiento de la nación cubana no les duela, porque ustedes llegaron aquí por elección propia. A la mayoría de los cubanos la llegada nos la impusieron.
Siempre, nacionalista como soy, creí que los cubanos éramos los más chovinistas, hasta que llegué a Miami. Nada, que si la envidia nacionalista fuera tiña... ¡cuántos tiñosos hubiera!

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